Comentario
Para el año 104 a.C. Mario fue reelegido cónsul por segunda vez, celebrando su triunfo sobre Yugurta. En ese momento, dice Salustio, todas las esperanzas y todos los recursos de Roma estaban depositados en él. Las amenazas de los bárbaros en la Galia habían alcanzado un nivel trágico tras las sucesivas derrotas de los ejércitos romanos y Mario era el hombre providencial en el que todos confiaban, el único capacitado para hacer frente al peligroso bárbaro que se cernía no sólo sobre la Galia, sino sobre la propia Italia. Poco tiempo después de la creación de la provincia de la Galia Narbonense, algunos pueblos de origen germánico habían penetrado en la Galia y hecho prácticamente intransitable el comercio hispano-itálico a través de la Vía Domitia, que unía los Alpes con los Pirineos. Entre estas tribus destacaban las de los cimbrios, probablemente oriundos de la península de Jutlandia y desplazados hacia el Sur por causas desconocidas. Su presión sobre la provincia gala hizo necesaria la intervención del ejército romano que, en el 113 a.C., sufría una estrepitosa derrota en Noreia. Posteriormente, otros ejércitos consulares (los de M. Junio Silano y Q. Servilio Cepión) fueron también derrotados por razones principalmente de ineptitud en el mando. Particularmente grave había sido la derrota del 105 a.C. en Arausium (Orange), en la que las tropas conjuntas de los cónsules Cepión y Máximo fueron prácticamente aplastadas, sucumbiendo, según las fuentes, más de cien mil hombres. La tensión en Roma era extrema. La opinión pública volvía a poner en entredicho la capacidad y la honradez del Senado para dirigir la política exterior de Roma y de nuevo el pueblo recurrió a la práctica de los procesos públicos. En esta ocasión fue Cepión el que sirvió de víctima propiciatoria. Acusado de haber robado las reservas de oro acumuladas en Toulouse, fue desposeído de su mando y condenado por un tribunal. Ciertamente, desde la época de los Gracos, la vida política se fue tiñendo de una violencia cada vez mayor. Fue también el pueblo quien confió a Mario la dirección de la guerra contra los pueblos germánicos. El Senado, que años antes había temido a Tiberio Graco, aceptaba hoy sin remedio que el pueblo le impusiera la autoridad de un hombre que disponía de un ejército cuyos vínculos hacia él eran tal vez más fuertes que hacia la República. Mario se dirigió hacia la Galia Narbonense y cuando los teutones se presentaron en la Alta Provenza en el otoño del 102, los acometió en Aquae Sextiae obteniendo una aplastante victoria sobre ellos. Al año siguiente, año en el que Mario era designado cónsul por quinta vez (lo cual no sólo era contrario a las leyes, sino carente por completo de precedentes), dirigió su ejército hacia el Norte de Italia y en la batalla de Vercelli (101 a.C.) logró aplastar definitivamente a los cimbrios. A resultas de esta victoria, 150.000 esclavos fueron vendidos en Roma e Italia. Mario volvió a Roma aclamado como salvador y nuevo fundador de Roma y, en el año 100, fue elegido cónsul por sexta vez. A pesar de su inmenso prestigio militar, Mario, en el terreno político no demostró estar a la altura del primero y, prácticamente, no fue sino un instrumento en manos de los activistas populares, C. Servilio Glaucia y L. Apuleyo Saturnino. La ambigua alianza entre L. Apuleyo Saturnino y Mario se basaba principalmente en el interés del primero en atraerse a su favor al orden ecuestre que respaldaba a Mario, agradecido por las victorias de éste en Numidia y en las Galias que habían permitido salvaguardar sus intereses financieros. Además de obtener, así, el apoyo de los soldados provenientes principalmente de zonas rurales deprimidas y que intervenían como tales en las contiendas políticas. La compensación de este apoyo, para Mario, fue la Lex Appuleia agraria, que el tribuno Apuleyo Saturnino logró y que suponía conceder a cada soldado licenciado -los veteranos de Mario- cien yugadas de tierra en territorio africano y, posteriormente, también en las Galias. De este modo, Saturnino y Glaucia iniciaron, respaldados por Mario y los caballeros, una política anti-senatorial que llegó a amenazar el orden jurídico-institucional de la República. El carácter político de Glaucia y Saturnino corresponde más al de agitadores o demagogos que al de líderes populares con un programa social coherente. Su actitud anti-senatorial contrastaba, además, con el hecho de que ambos personajes fueran senadores. Tal vez senadores empobrecidos, si atendemos al hecho de que el censor Metelo les excluyera en el 103 a.C. de las listas del Senado, hecho que no puede explicarse sólo por el deseo del Senado de castigar a ambos personajes. Entre las iniciativas que llevaron a cabo cabe destacar, en primer lugar, la aprobación de la Lex Servilia iudiciaria (anulando una ley anterior promovida en el 106 por el cónsul Cepión) que restituía a los caballeros el dominio total de los tribunales. La presión conjunta de los caballeros y la asamblea popular lograron, además, la aprobación de otra ley en el 103 que creaba un tribunal especial destinado a juzgar aquellos delitos que atentaran contra la dignidad del pueblo romano. A partir de su expulsión del Senado, estrecharon sobremanera el cerco sobre éste, siempre arropados por las masas populares. Se sucedieron acusaciones de que el Senado había sobornado a los enviados de Mitrídates, rey del Ponto, se adoptaron medidas contra la piratería en el Mediterráneo Oriental y su interés en los asuntos de Asia ponía en entredicho la capacidad del Senado para decidir en política exterior. En las elecciones para el año 100, en las que Mario fue cónsul por sexta vez, Saturnino y Glaucia -el primero como tribuno y el segundo pretor- fueron elegidos por imposición del pueblo. En ese año, además de la distribución de tierras a los veteranos de Mario en las Galias, fundaron diversas colonias en las provincias de África, Acaya, Macedonia, Cerdeña y Sicilia. Probablemente colonias de componente itálico, lo que indicaba que no eran colonias romanas. Bajo amenaza de destierro a quien se opusiera, el Senado hubo de dar el visto bueno a esta medida y Mario se encontró en la incómoda situación de presentar al Senado, como cónsul, unas leyes que habían sido aprobadas en medio de la violencia y bajo amenazas al Senado. Mario, que no participaba en absoluto de una política que intentase despojar al Senado de sus tradicionales prerrogativas y cuyo único punto de acuerdo con Saturnino y Glaucia había sido la distribución de tierras a sus veteranos, comenzó a distanciarse de estos líderes populares. En el año 100, en la preparación de las elecciones para el 99, Saturnino optó al tribunado de nuevo, mientras Glaucia se presentaba como cónsul. La violencia se desató, puesto que ninguno de los dos dudó en utilizar bandas de seguidores armados que llegaron incluso a matar a C. Memmio, también candidato al consulado. No dudó Cayo Mario entre las dos opciones que se le presentaban. Como cónsul decidió restablecer el orden, apoyado por los caballeros y, como no podía ser de otro modo, por el Senado. También la plebe urbana secundó la acción de Mario, cada vez mas distanciada en sus exigencias de la plebe rural itálica, que era la que se había visto principalmente favorecida con las medidas coloniales de Saturnino y con las leyes agrarias de veteranos. El peligro de ruptura de las instituciones congregó, en última instancia, a todas las capas sociales contra la plebe rural, que equivale a decir contra latinos e itálicos. Los enfrentamientos en el Capitolio supusieron la muerte de Saturnino y Glaucia junto con muchos de sus partidarios. Mario, que había jugado durante este período un papel ambiguo y que no había ni optado por los populares ni quedado al margen de la política anti-senatorial, se encontró en una situación delicada. Su decisión de irse a Asia le permitió posteriormente, durante las guerras contra Mitrídates, recuperar el prestigio puesto ahora en entredicho.